Por Magdalena González
Leo con pasmo la “Carta de la Semana” publicada en el País Semanal del domingo 30 marzo. La escribe un joven burgalés de 21 años que desea añadir un personalísimo punto a cómo mejorar España. Cito textualmente:
Se debería pensar más en los jóvenes, deberían darse más ayudas para conseguir cosas que nos hacen falta, como puede ser una casa o un coche y así no depender tanto de papá y mamá.
Luego, sin que del texto se desprenda rubor alguno, dice que tampoco quiere un mercedes último modelo, pero que no le hace gracia quedarse con el coche viejo de la familia. Que la casa tampoco importa que esté lejos, pero que sea apta para poder montar fiestas con los amigos y que puedan llegar a casa a las cuatro de la madrugada sin despertar a nadie.
Y alucino en colores. La he tenido que leer varias veces, por si se me había pasado una ironía sutil, un chiste mal interpretado. Pero no. Va en serio. Su petición a los políticos es algo parecido a que desarrollen su derecho a vivir cómodamente. Cambiar de papá. Sustituir el papá familiar por el papá Estado. ¿Algo más?
Hijo de la LOGSE. Hijo de un plan de educación que no prima ni el esfuerzo ni el mérito. Hijo de un sistema que trata igual al que supera sus estudios que al que los suspende. Hijo de una sociedad que espera resolver sus problemas a costa de los impuestos que, evidentemente, pagan los demás. Y no está solo. Es el que se ha atrevido a escribir a un medio de comunicación, pero seguro que se hace eco del pensar y del sentir de toda una generación. Una generación que ha nacido en el lado bueno del mundo. Que está convencida de que sus derechos son una patente de corso. Sin discusión. Tal cual.
Y me entra una pena inmensa. Una melancolía indescifrable. ¿Tan mal lo hemos hecho? ¿Tan difícil es transmitir los valores esenciales a los jóvenes? Y pienso que hay ciertas conductas que los informes PISA no detectan, pero que nosotros sabemos que existen, que están ahí. Y que urge corregir los errores. Y que llegar a un gran pacto para la Educación no admite espera. Nos jugamos nuestro futuro y su futuro. No estamos educando a personas, sino a meros entes consumistas.
Estoy de acuerdo en que el Estado debe de tutelar a los menos favorecidos y que debe de ser sensible con aquellos colectivos que sean incapaces de desarrollar una actividad “económicamente rentable”. Nuestros mayores, nuestros enfermos, nuestros niños ... son un débito en los presupuestos generales del Estado. Y es internacionalmente aceptado que se adopten determinadas políticas económicas o fiscales para aupar sectores, economías, familias ... como método puntual y transitorio. Los ayudados han de reintegrarse de alguna manera en la rueda del PIB nacional y así se regenera, grosso modo, la economía. Pero un mundo donde todos quieren su subvención, su parte del pastel sin compromiso ni intención de contribuir o de devolver lo que la sociedad ha dado, es una sociedad enferma, pacata, que sólo ve el corto plazo sin preocuparle lo más mínimo el día de mañana.
Me enorgullezco de formar parte de un Proyecto, Ciudadanos, en el que no sólo estamos concienciados en que hace falta subir el listón de los esfuerzos y los méritos en la Educación, sino que además asumimos el compromiso de no jugar con los dineros públicos, de no convertirnos en el Papá condescendiente que mantiene a sus hijos sumisos y callados vía propina semanal.
jueves, 3 de abril de 2008
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