miércoles, 25 de marzo de 2009

NUESTRO PARO EN EL MUNDO


Señoras y señores. Una preguntita: díganme, por favor, el nombre de 160 países. Así, como de carrerilla. Ni siquiera les pido el país y su capital. No sólo 160 nombres de estados soberanos reconocidos por la comunidad internacional.
Yo he intentado hacer este ejercicio y no he podido. Ya acordarme de los 27 de la Unión Europea, me cuesta. Y no digo recitar los 52 estados americanos.
Según la publicación “Doing Business” del Banco Mundial, España ocupa el puesto 160 del mundo en cuanto a la facilidad de emplear, contratar y despedir a trabajadores, y también el 140 en cuanto a la facilidad para la creación de empresas.
Da igual el nombre de los 160 países que recuerde. Detrás, vamos nosotros. El dato figura en el número 2641 de la revista Actualidad Económica y se refiere al año 2008. Ignoro los parámetros por los que el Banco Mundial nos coloca en un puesto tan malo, pero seguro que para este 2009 no mejoraremos nuestra posición en el ránking. Damos por válido el hecho de que la recesión y la crisis financiera es de ámbito mundial. Pero en otros países la tasa de paro es notablemente inferior a la nuestra. Y eso no es más que el resultado de una política social coherente en la que las partes implicadas –gobiernos, empresarios y sindicatos- trabajan para controlar que las cifras del desempleo no desbaraten la economía nacional. La variedad de contratos, la libertad de negociación entre empresarios y trabajadores, la edad de jubilación … y sobre todo la adecuación y renovación de las medidas de fomento al empleo, son los responsables de que las tasas de paro sean tan bajas.
Mientras tanto, en España, gozamos de una legislación estricta sobre horarios, una intervención estatal para la contratación, no tenemos ninguna política de recolocación, jubilamos alegremente a partir de los 45 años y cargamos el coste del despido en el último empresario empleador. Vamos, todo facilidades.
Yo no sé ustedes, pero tengo amigos y conocidos empresarios. Unos con más responsabilidades, otros con menos. En casi todos los sectores: desde el mundo inmobiliario y de la construcción, hasta en la hostelería. Todos con problemas. Los más, enojados consigo mismos por tener de despedir a su personal. Preguntándose qué es lo que han hecho mal. Culpabilizándose de no haber sido capaces de “ver” lo que se les venía encima. Y sobre todo, convencidos de que, si sobreviven a esta crisis, JAMÁS volverán a contratar personal de una forma tan alegre como en los últimos años. Es un clamor unánime. Desde el montador de armarios empotrados, hasta el arquitecto: lo que puedan llevar ellos y su familia. Si el trabajo aumenta y necesitan contratar personal, lo dejarán. No volverán a caer otra vez en el mismo error. No saben en qué se han equivocado, pero lo cierto es que la sociedad entera les vuelve la espalda. Son los malos de la película. Son esos indeseables empresarios que han esclavizado a sus empleados. Son esos que han reinvertido sus beneficios en el propio negocio (una nave más grande, una máquina más rápida, un ordenador más moderno) y que han prestado su prestigio y, muchas veces, su aval personal para seguir en la brecha y poder hacer frente a esa demanda exorbitada que se originó con el boom económico.
No nos engañemos. Si no impulsamos un cambio estructural en el mercado de trabajo, estaremos todavía en peores puestos que en los que hoy nos coloca el Banco Mundial. Se oye, se dice, que hacen falta unos nuevos “pactos de La Moncloa”. Ya llegamos tarde …

Magdalena González.