POR EL MAR CORREN LAS LIEBRES,
POR EL MONTE LAS SARDINAS.
Efectivamente. Somos un pueblo acostumbrado a que los políticos nos mientan. Nos engañen con trolas tan falsas como las frases de la canción infantil. Ya se sabe. Son políticos… y parece que la mentira es un derecho incluido en la profesión.
Esta última campaña electoral del PSOE se ha caracterizado especialmente por elevar a rango de declaraciones públicas las mayores falsedades jamás dichas en especial, sobre la situación económica de nuestro país. Si hoy volviesen a emitir el debate Solbes-Pizarro, nos llevaríamos las manos la cabeza y nos avergonzaríamos de la desfachatez del Sr. Ministro de Economía y Hacienda (entonces, en funciones). Porque si alguien dispone de datos, es el Ministerio. Porque una cosa es hacer campaña electoral y otra prometer y asegurar que vivimos en el mejor de los mundos y que el superávit de nuestras cuentas nos va a sacar de cualquier apuro. Porque, aunque pocos y poca, hay ciudadanos que tienen memoria.
En las últimas horas se ha declarado el concurso voluntario de acreedores para Martinsa Fadesa. Pésima noticia. De poco sirve justificarla por la ambición desmesurada y los errores de cálculo de sus órganos directivos. Lo cierto es que políticamente “convenía” posponer su caída y que por ello el Presidente Rodríguez “prometió” su salvación con una inyección de tesorería procedente del ICO. Y no. Otra mentira.
Pero no quiero que esta entrada sea una relación más o menos extensa de los engaños del PSOE. (Y no me olvido de los de ERC, PSC, PP -¿se acuerdan de la guerra contra las armas de destrucción masiva?-, ni de los de CIU, PNG, PNV …) Seguro que si tuviésemos la sana costumbre de visitar hemerotecas, no nos creeríamos lo que nos han ido contando y que en su día dimos por bueno.
El otro día, charlando con unos amigos, planteábamos el hecho de que en Estados Unidos el pecado más imperdonable de un político es la mentira. Un presidente, Nixon, tuvo de dimitir por mentir y casi, casi, se repite la historia con Clinton que, como saben, superó un impechment, no por montárselo con la Levinski, si no por mentir en sus primeras declaraciones sobre este asunto. Y de esos cargos para abajo, los que quieran: congresistas, senadores, fiscales, jueces… todos ellos están sujetos a la verdad como “norma fundamental” de su estado de derecho.
Sin embargo aquí, en esta España cañí, no pasa nada. Nos pueden contar las mayores trolas del mundo y a los ciudadanos casi nos hace gracia. No les exigimos a los políticos una sinceridad que sería impensable no exigírsela a otras profesiones. ¿Se imaginan ustedes a la profesión médica mintiendo, por ejemplo, sobre la gripe del próximo otoño, minimizando sus efectos (para no causar alarma social, claro) y sobre todo, no adoptando las medidas de prevención y profilaxis adecuadas? Caerían cabezas.
Los ciudadanos no somos tontos. No nos gusta que nos engañen. Pero tampoco tenemos medios para hacernos oír. Para defendernos de tantas y tantas ignominias. La gran mayoría de los medios de comunicación están al servicio de las subvenciones y de las prebendas que otorgan los políticos. Y les cubren. Les cubren en los dos sentidos de la palabra: cubren la “información” cuando se produce y la tapan cuando les conviene que se olvide.
Es una vergüenza. No quiero que esto quede aquí. Me gustaría que más voces se uniesen al clamor de “no más mentiras”, que los políticos que mientan tuviesen un castigo social, que dejásemos de considerarlo normal.
Somos Ciudadanos, con mayúscula. No merecemos este trato. No podemos basar nuestra democracia en el todo vale. No queremos que nos manden personajes que no merecen ninguna credibilidad. No. Es un tema demasiado serio. Un compromiso formal que debemos de exigir y exigirnos. En ello estamos.
Magdalena González
jueves, 17 de julio de 2008
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