sábado, 8 de noviembre de 2008

BASURA

Este pasado martes tuve el privilegio (dados los precios abusivos del tema) de inaugurar el aeropuerto de Burgos en un vuelo a Barcelona. Genial. Me he ahorrado conducir mil doscientos kilómetros y, aunque las cuentas todavía salen favorables a la paliza de la carretera, creo que mi espalda agradecerá este dispendio en épocas tan duras como las que atravesamos.
La experiencia ha tenido un deje amargo y es precisamente lo que quiero comentar hoy aquí. El tren de cercanías que te lleva desde el aeropuerto del Prat hasta el centro de la capital catalana, atraviesa un espacio digno de figurar en cualquier reportaje del General Geographic sobre el almacenamiento de “deshechos industriales” que la mafia napolitana –según Saviano- ha venido acumulando en el sur de Italia.
Sólo desde la ventanilla del tren se ven ingentes montones de basura (¿peligrosa?) que mezcla multitud de componentes químicos que en su día se utilizaron para fabricar el bien que ahora se tira.
Y me pregunto que qué planeta dejamos a nuestros descendientes. Que si la cultura al consumismo que lo único que ha hecho es que las cifras de los acreedores y de los deudores hayan engordado significativamente, sin procurar placer duradero alguno, sólo un leve vértigo (¿adictivo?) en el momento de la compra y posesión inicial.
De verdad es impresionante. Y a pocos metros, cientos de edificios puestos unos detrás de otros como si enormes fichas de dominó se tratasen. Hospitalet, Bellvitge … Y todo eso en la misma área metropolitana que la recientemente nombrada sede europea del Mediterráneo. Y todo eso gobernado, dirigido, subvencionado por políticos que prefieren gastar nuestros dineros en escabeles (oh, Señor Freud, ¡ lo que se divertiría usted analizando estos delirios de grandeza de nuestros políticos republicanos que crecieron con los cuentos de Perrault ¡ ) que simplemente invertirlos en el bien común de los contribuyentes.
Pero no tanto es el aspecto estético lo que me preocupa, como el grave problema de contaminación que intuyo ha de generarse con tantas toneladas de basura industrial. Los berlineses hicieron seis nuevas colinas con los escombros de la ciudad destruida por los bombardeos de los aliados durante la segunda guerra mundial. En menos de 20 años fueron capaces de regenerar la zona, crear nuevos parques y despejar las calles para reconstruir su ciudad y su vida. Pero esos programas no captan votos, venden futuro, no presente y nuestra sociedad de la opulencia prefiere mirar su ombligo presente que trabajar por el futuro de las generaciones venideras. La basura, si molesta, la tapamos con una valla. Y punto. Ya inventarán algo para deshacernos de ella.