martes, 1 de julio de 2008

LA VIDA DE LA LENGUA

SOBRE EL CASTELLANO

Por Magdalena González

Acabo de adherirme al “Manifiesto por la Lengua Común”. Suscribo su espíritu y, sobre todo, creo que YA VALE de que ciertas minorías nos tomen el pelo y jueguen con el futuro de nuestras generaciones más jóvenes.
No quiero añadir nada más sobre el texto que me parece completo y oportuno, pero sí me gustaría compartir con ustedes mi situación lingüística personal que, creo, comparto con bastantes personas de este país.
De padres inmigrantes gallegos, nací en Barcelona, estudié allí, y he acabado viviendo y trabajando en Burgos. Es decir, que en mi mochila idiomática, llevo pegado el gallego, el catalán y, por supuesto, el castellano que es el idioma con el que me considero más cómoda tanto para hablarlo como para escribirlo o leerlo. Bien. Mi madre todavía me riñe en gallego y parte de mi familia, oriunda de aldeas orensanas, se expresa también mejor en gallego que en castellano. No hay problema, mi tía me habla en gallego (que entiendo perfectamente) y yo le contesto en castellano (que ella entiende sin ninguna dificultad).
Mis amigos barceloneses se encuentran también más cómodos hablando en catalán. Y como yo lo entiendo, pues eso. Me hablan en catalán, pero me permiten expresarme en castellano, ya que después de más de 30 años en Burgos, me siento más cómoda usándolo para conversaciones largas. Además, ellos también me animan. Me dicen que les encanta escucharlo sin acento. Perfecto. Todos contentos.
Yo considero que esto que he descrito sucintamente es un ACTIVO. El que pueda compartir tres idiomas sin problemas, me parece genial. Leo a Rosalía de Castro en gallego, a Joan Sales en catalán y a Miguel Delibes en castellano. Guay.
Pero llegan los políticos y me dicen que lo que yo pienso que tengo como un activo, no lo es. Es un pasivo. Que con mis niveles sería incapaz de trabajar en cualquier otra comunidad que no fuese de habla castellana. Que mis capacidades lingüísticas son “discapacidades”. Que lo que cuenta son los “niveles” de calificación, no entenderse con el personal. Que debería de destinar un montón de horas y esfuerzo a mejorar mis conocimientos de las lenguas autóctonas. Que lo que diga o sepa, da igual. Que lo importante es cómo lo diga, aunque mi interlocutor no me entienda.
Señores. Esto no funciona así. El problema del lenguaje no está en las personas, está en las Instituciones. Seguiremos hablando lo mejor que podamos y como mejor nos convenga para conseguir el objetivo de comunicarnos. Pueden ustedes gastarse nuestro dinero en letreros que pongan “Tintorería” en gallego, en doblar películas y series de televisión, en subvencionar ediciones limitadas de libros que nadie va a leer, volver locos a los turistas con la cartelería y, en definitiva, intentar imponer el uso de una lengua en detrimento de otra. Pero no lo van a conseguir. Nosotros, los ciudadanos, seguiremos utilizando la lengua que mejor nos permita comunicarnos. Y punto.
Y seguiremos luchando por la igualdad de oportunidades para todos. Sin discriminaciones. Sin descanso.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sumar y no dividir.La lengua pierde su sentido:"comunicación" y no debe ser usada como arma discriminatoria.La imposición coharta la libertad y enfrenta los pueblos.Entendimiento en castellano en todo el territorio y voluntariedad para todas las demás.