miércoles, 9 de abril de 2008

VOLUNTARIOS

La semana pasada estuve en Barcelona con una amiga y no me quito de la cabeza uno de los temas de los que estuvimos charlando.

Les explico. Ella es voluntaria para apoyo escolar en un centro que está en uno de los barrios más pobres y degradado de Barcelona, la Ciutat Vella. El centro hace más actividades que la escolar, pero hay una que le llamaba la atención. Le llaman el “punto de encuentro” y funciona como un INEM del barrio. Allí acuden demandantes que van desde pequeños empresarios, hasta familias que necesitan apoyo doméstico para sus hijos o mayores. Correcto. Hasta que estas actividades (recordemos que están sustentadas por voluntariado) desbordan sus recursos. Y se plantean, como si de cualquier decisión empresarial se tratase, si deben de “ampliar” o por el contrario, plantarse y llegar hasta los límites que la vocación altruista y el presupuesto económico les permita.

Como este centro hay muchos. Todos ellos, en mayor o menor medida, se sustentan de cuotas y subvenciones públicas. Pero ¿hasta dónde los poderes públicos ceden su puesto al voluntariado, para que organice y gestione estas necesidades sociales? ¿Estamos ante una situación donde la gestión privada de recursos públicos es más operativa y más cercana al ciudadano que la propia actuación pública? ¿Hasta dónde podemos pedir a todos esos voluntarios que “profesionalicen” su gestión para obviar la falta de atención y sensibilidad pública para con los más necesitados?

Nuestros políticos miran sin ver a todo este colectivo de personas incómodas que nublan sus horizontes partidistas. Les sale mucho más barato pagar un cheque, subvencionar a estas asociaciones o fundaciones privadas y, desde luego, es mucho más cómodo que tener que preocuparse de organizar, contratar y pagar por los servicios que necesitan estos colectivos. Y el premio gordo, sin responsabilidad. Si las cosas salen mal ... pues la Administración no es la culpable. ¿Se imaginan una manifestación ante el Parlamento de parapléjicos, autistas, disminuidos psíquicos, víctimas de accidentes, de terrorismo, de maltrato, enfermos de esclerosis múltiple, diabéticos, drogadictos, alcohólicos, abuelos e inmigrantes que no tienen donde ir ...? Grotesco, ¿verdad?, pero real como la vida misma.

No sé. Llevo rumiando este tema varios días, y no tengo un criterio claro. Por un lado, me decanto por la gestión privada. Es más ágil, más cercana, más empática. Probablemente dé soluciones a problemas concretos. Por otra parte, me parece injusto que los poderes públicos miren para otro lado ante situaciones de este estilo, que, no nos olvidemos, muchas veces son causa directa de la aplicación de políticas sociales nefastas. Además, caen en la falacia de no valorar ni el tiempo ni el esfuerzo que hacen los voluntarios para detectar, organizar y conseguir tapar los agujeros (socavones en muchos casos) que nuestra sociedad consumista del primer mundo genera para con los más débiles. Pensemos sólo en que tuviesen que salir del erario público los estipendios para abonar las horas invertidas de los más generosos, como si de funcionarios públicos se tratase.
¿Es más aceptable que determinadas parcelas sigan en manos y gestión privada? ¿Es más positivo que el Estado deje hacer ... y se limite a apoyar las iniciativas, abonar subvenciones y controlar su buen uso? ¿Es por ahí donde nos sentimos más cómodos y la gestión es más eficaz? O por el contrario, ¿abusan los poderes públicos de la buena fe de sus ciudadanos?

Dejo las preguntas en el ciberespacio. La verdad, es que la solución no es sencilla. El cuarto mundo, lo tenemos aquí, en nuestras macro ciudades, en estos barrios llenos de emigrantes, abuelos, niños, adultos, todos ellos con infinidad de problemas de casuísticas distintas. Desde enseñarle castellano a un pakistaní para que pueda entender las clases, hasta comprender la desesperación que causa la miseria.

Sirvan estas líneas como agradecimiento y homenaje a todos los equipos de voluntariado que hacen la vida un poco más fácil a sus semejantes.


Magdalena González

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